Durante siglos, los científicos han luchado con el enigma del envejecimiento. Los filósofos antiguos propusieron teorías que vinculaban el envejecimiento con la desecación de los fluidos corporales, mientras que la ciencia moderna sugiere que el envejecimiento es una consecuencia de priorizar la reproducción sobre la longevidad. Esta hipótesis del “soma desechable” propone que la evolución favorece la transmisión de genes a cualquier precio, lo que significa que los recursos invertidos en la crianza de la descendencia se realizan a expensas del mantenimiento de los sistemas del cuerpo. Esta compensación puede ser particularmente pronunciada en las mujeres, que invierten mucho en el embarazo y la lactancia en comparación con los hombres.
Sin embargo, los estudios que investigan si las mujeres con más hijos viven vidas más cortas han arrojado resultados contradictorios: algunos muestran una correlación, mientras que otros no encuentran ninguna. Esta inconsistencia probablemente se deba al hecho de que el costo de reproducción no es estático; fluctúa dependiendo de las presiones ambientales.
“En los buenos tiempos, esta compensación es invisible”, explica Euan Young, investigador de la Universidad de Groningen, en los Países Bajos. “La compensación sólo se hace evidente cuando los tiempos son difíciles”.
La gran hambruna finlandesa: una ventana a los costos reproductivos
Para probar esta idea, Young y su equipo analizaron los registros parroquiales de más de 4.500 mujeres finlandesas que abarcan 250 años, un período que incluyó la devastadora Gran Hambruna Finlandesa de 1866 a 1868. Esta hambruna ofreció una cruda instantánea de cómo las condiciones difíciles amplifican el costo reproductivo en la esperanza de vida de las mujeres.
Sus hallazgos fueron sorprendentes: para las mujeres que tuvieron hijos durante la hambruna, cada hijo adicional reducía su esperanza de vida en seis meses. Las mujeres que vivieron antes o después de la hambruna o que no tuvieron hijos durante este período no mostraron tal correlación entre la descendencia y la esperanza de vida.
Esta investigación se basa en estudios anteriores que utilizaron conjuntos de datos históricos de poblaciones preindustriales en Quebec, Canadá, que también insinuaron un vínculo entre la reproducción y una esperanza de vida más corta bajo presión, pero carecían del contexto ambiental específico proporcionado por el equipo de Young.
Más allá de la correlación: identificar la causalidad
Este nuevo estudio es importante porque aprovecha un conjunto de datos masivo que abarca generaciones para tener en cuenta factores como la genética y el estilo de vida, acercándose más a establecer la causalidad que los estudios anteriores. “La capacidad de controlar estas variables de confusión es crucial”, explica Elisabeth Bolund, investigadora de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas que no participó en el estudio.
La investigación aclara por qué las mujeres generalmente sobreviven a los hombres hoy en día: a pesar de los costos biológicos asociados con la reproducción, las sociedades occidentales modernas reducen significativamente esas cargas a través de familias más pequeñas y una mejor atención médica. Por el contrario, durante períodos de hambruna o penurias generalizadas, las demandas energéticas del embarazo y la lactancia se amplifican cuando la ingesta de calorías es escasa.
Como explica Young, esto obliga a un equilibrio fisiológico, “reducir el metabolismo basal y, por lo tanto, desacelerar otras funciones importantes, lo que resulta en un deterioro de la salud y una esperanza de vida más corta”. Esto también arroja luz sobre por qué algunos estudios anteriores encontraron este vínculo principalmente entre los grupos socioeconómicos más bajos: esencialmente vivían en entornos perpetuamente escasos de recursos.
La compleja interacción entre biología y medio ambiente
Si bien el estudio destaca un desencadenante ambiental específico del costo reproductivo, no disminuye la importancia de otros factores que influyen en las disparidades en la esperanza de vida entre hombres y mujeres. Las diferencias en los estilos de vida, como fumar y consumir alcohol, influyen, al igual que las variaciones cromosómicas sexuales que pueden contribuir a los procesos biológicos de envejecimiento únicos de cada sexo.
“Necesitamos más investigaciones sobre cómo diferentes factores, más allá de los costos reproductivos, contribuyen al envejecimiento específico del sexo”, concluye Young. Este último estudio sirve como una pieza crucial del rompecabezas, recordándonos que la historia del envejecimiento no se trata únicamente de genes, sino que también está intrincadamente entretejida con los hilos de nuestro entorno y nuestra historia.
